
La escena es habitual, previsible y un manotazo de ahogado que muchas familias usan cuando su hijo no rinde de acuerdo a sus expectativas en la escuela. La pregunta es ¿sirve? ¿mejorará el rendimiento escolar?
¿Qué interpreta el niño? Que lo que está impidiendo que rinda a nivel escolar como la familia espera es el tiempo que le dedica al básquet, cuando todos sabemos que no es así. La práctica sistemática de deporte le ayuda a formarse como persona, promueve el trabajo en equipo, alimenta la autoestima, ayuda a desarrollar hábitos de conducta, ayuda a focalizar la atención y la concentración y otras tantas consecuencias, todas ellas positivas, que son tan educativas como la asistencia sistemática al colegio.
Entonces, ¿por qué tomar esa decisión? Porque de alguna manera queremos que corrija su actitud frente al estudio y que mejore su rendimiento escolar. Si ese es el objetivo ¿no sería más adecuado ayudarlo a organizar su agenda semanal y poner sobre la mesa la cantidad de tiempo que le dedica a cada una de sus actividades? Por ejemplo ¿cuánto tiempo pasa frente a las pantallas? Ese tiempo ¿es igual de educativo que el tiempo de práctica deportiva? Todos sabemos que no.
Por otra parte, está comprobado que el castigo, es decir, lo punitivo cerrará los canales de diálogo y lo único que provocará es enojo, ira y en general, negación hacia el problema.
Estoy convencido que la reflexión, las pautas claras y el diálogo en el momento justo son las mejores herramientas para convencer, no para obligar. Y en ese aspecto, el profe es un aliado por excelencia para ayudarles a las familias y dar, entre todos, el mismo mensaje. Entre todos, podemos ayudarlo a organizar su semana, dedicarles tiempo a todas sus actividades y cumplir con ellas de la mejor forma posible.
Quizás haya momentos en donde haya que darle más prioridad a una que a otras. Allí será necesario volver a juntarse, barajar y dar de nuevo para poder ayudarlo a formarse de manera equilibrada, sin privarse de nada y sin quemar etapas de forma precoz.
El deporte, al igual que la escuela, es un agente potencialmente educativo. Depende de cómo los adultos lo gestionemos para que se convierta en una herramienta de formación o no.